Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme". Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". En seguida la lepra desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio". Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por :
San Juan de la Cruz (1542-1591), carmelita descalzo, doctor de la Iglesia
Llama de amor viva, estrofa 2
¡Oh divina vida!, nunca matas si no es para dar vida, así como nunca llagas si no es para sanar. Llagásteme para sanarme, ¡Oh divina mano!, y mataste en mi lo que me tenía muerta sin la vida de Dios, en que ahora me veo vivir. Y esto hiciste tú con la liberalidad de tu general gracia para conmigo en el toque con que me tocaste del resplandor de tu gloria y figura de tu sustancia (Hb1,3), que es tu Unigénito Hijo; en el cual, siendo el tu Sabiduría, tocas fuertemente desde un fin hasta otro fin por su limpieza (Sab 7,24).
¡Oh, pues, tú, toque delicado, Verbo Hijo de Dios, que por la delicadez de tu ser divino penetras sutilmente la sustancia de mi alma, y, tocándola toda delicadamente, la absorbes toda a ti en divinos modos de suavidades nunca oídas en la tierra de Canaán, ni vistas en Temán (Bar 3,22)! ¡Oh, pues, mucho y en grande manera mucho delicado toque del Verbo para mí, cuanto, habiendo trastornado los montes y quebrantado las piedras en el monte Horeb con la sobra de su poder y fuerza que iba adelante, te diste a sentir al profeta en silbo de aire delgado (1Re 19,11-12)! ¡Oh aire delgado!; como eres aire delgado y delicado, di, ¿cómo tocas delgada y delicadamente, siendo tan terrible y poderoso? ¡Oh dichosa y mucho dichosa el alma a quien tocares delgadamente, siendo tan terrible y poderoso! Dilo al mundo, mas no lo digas al mundo, porque no sabe de aire delgado el mundo, y no te sentirá, porque no te puede recibir ni te puede ver (Jn.14,17), ¡Oh, Dios mío y vida mía!, sino aquellos te sentirán y verán en tu toque que se pusieren en delgado, con viniendo delgado con delgado; a quien tanto más delgadamente tocas, cuanto estando tú escondido en la ya adelgazada y pulida sustancia de su alma, enajenados ellos de toda criatura y de todo rastro de ella, los escondes a ellos en el escondrijo de tu rostro, que es tu divino Hijo, escondidos, de la conturbación de los hombres (Sal30,21).